Soy docente, es decir, parte del problema que a continuación describo. Criticar es fácil, pero lo hago desde mi perspectiva high-tech para que, en conjunto, ofrezcamos soluciones. Aunque tengo escasa experiencia en el sector público, es evidente que trabajan con limitaciones en cuanto a la innovación, recordemos que solo pueden hacer lo que esté en el libreto. Finalmente, aunque pertenezco a la generación X, soy un firme defensor de las tecnologías y del progreso.
En Ecuador, el Ministerio de Educación está considerando prohibir el uso de teléfonos móviles en las aulas como parte de las medidas para el próximo regreso a clases. Esta propuesta, que ha generado un intenso debate en el ámbito educativo, tiene como supuesto objetivo proteger a los estudiantes de situaciones de inseguridad y promover una mayor concentración y socialización durante las horas académicas. Organizaciones como Child Fund han participado en la elaboración de la normativa, destacando preocupaciones relacionadas con la distracción, el ciberacoso, la dependencia tecnológica y los delitos cibernéticos. Seamos honestos, la realidad es que hemos perdido la batalla en cuanto a la atención de los chicos y la capacidad de ofrecer contenidos de su interés, hemos recurrido a la vieja confiable para hacer que «pretendan» que nos miran: la prohibición.
En mi opinión, es como si las escuelas en Ecuador decidieran incluir la «caza de mamuts» en una era en la que n otras culturas se intenta colonizar Marte.
Si bien las preocupaciones son válidas, prohibir el uso de smartphones en las aulas es una medida que no solo es regresiva, sino que ignora el hecho de que los estudiantes pasan, y seguirán pasando, gran parte de su tiempo interactuando con estos dispositivos. En un mundo desigual, el acceso a internet puede brindar a dos niños de diferentes contextos socioeconómicos las mismas oportunidades de aprender, siempre y cuando se les haya enseñado a utilizar estas herramientas de manera adecuada.
Los smartphones no son solo dispositivos de comunicación, sino herramientas poderosas que ofrecen acceso a vastos recursos educativos. Los docentes deberíamos aprovechar estas tecnologías, presentando problemas diarios en el aula y trabajando en conjunto con los estudiantes para encontrar soluciones. Así, podríamos fomentar el pensamiento crítico, la investigación y el razonamiento lógico.
Me pregunto cuál es el valor de seguir enseñando como hace dos siglos. Hoy, a mis 51 años, finalmente recuerdo el «trinomio cuadrado perfecto» (a² + 2ab + b²), pero lo hago como una hazaña de memoria sin sentido práctico en mi vida diaria. No sugiero restar importancia a estos conocimientos, pero deberían enseñarse a través de problemas prácticos, formando parte de soluciones a situaciones reales.
Según datos de la misma noticia, el 50% de los estudiantes en Ecuador tiene acceso a un teléfono celular. Una prohibición total solo incrementaría la desigualdad en el acceso a la educación. En lugar de prohibir, deberíamos garantizar que el 100% de los estudiantes tenga acceso a estas herramientas, guiando su uso racional. El mismo estudio indica que el 70% de los jóvenes utiliza su teléfono para comunicarse o recrearse, y solo el 30% para estudiar. En mi experiencia como docente y padre, este último porcentaje parece exageradamente optimista.
Prohibir los smartphones en las aulas es comparable a enseñar a comunicarse con señales de humo en la Edad de Piedra. Esta medida es un retroceso que desconecta a los estudiantes de la realidad tecnológica en la que inevitablemente vivirán. La educación debe mostrar el pasado, pero preparar para el futuro.
Los riesgos asociados con los smartphones, como el ciberbullying y el acoso sexual, son reales. Según el mismo estudio, 8 de cada 10 niñas o jóvenes en Ecuador han sido víctimas de alguna forma de violencia sexual en línea. Sin embargo, la culpa no es del dispositivo, sino de los adultos que no hemos enseñado a los jóvenes a usar estas herramientas de forma responsable. Les entregamos smartphones para que «no molesten», y luego nos sorprendemos cuando enfrentan peligros en línea.
También debemos reconocer que plataformas como TikTok, juegos como Fortnite y Roblox, y hasta aplicaciones como Candy Crush, superan con creces a los docentes en captar la atención de los jóvenes. La atención no se exige ni se pide, se roba; y en este sentido, estamos perdiendo por goleada.
Hace algunas décadas, las calculadoras fueron prohibidas en las escuelas por miedo a que arruinaran las habilidades matemáticas de los estudiantes. Hoy, son una herramienta educativa esencial y hasta obligatoria. ¿Por qué? Porque la educación evolucionó, reconociendo que la tecnología, bien utilizada, potencia las habilidades humanas. Lo mismo debería suceder con los smartphones: en lugar de verlos como enemigos, debemos integrarlos inteligentemente en el proceso educativo.
Es importante aclarar que instruir, educar y formar no son sinónimos. Instruir es enseñar algo mecánicamente, como lo haría un manual de licuadora. Educar, en cambio, implica enseñar a aplicar el conocimiento de forma crítica y responsable. Formar va aún más allá: implica moldear individuos equilibrados, juiciosos, capaces de discernir y de comportarse como seres funcionales en la sociedad.
El sistema educativo debería enfocarse en educar y formar a los estudiantes sobre todo su entorno, incluida la tecnología, en lugar de limitarse a instruirlos para que apaguen sus dispositivos al entrar al aula mientras que son su «santuario» el resto de su tiempo.